La realidad no está solo poblada ni hecha por hombres. Esto es un hecho innegable y las y los profesionales de la comunicación nos dedicamos, entre otras cosas, a plasmar la realidad en la que tienen presencia y se desarrollan nuestra organización, producto o servicio. Y nuestro propósito.
Aunque el uso no sexista del lenguaje se extiende progresivamente en muchos ámbitos, es curioso (por no decir otra cosa) que apenas sea perceptible en el de la comunicación -excepto en la institucional, y no siempre- y el periodismo, donde apenas se vislumbra.
Por supuesto, no hablo -solo- de desdoblamiento de términos, aunque tampoco se van a romper las costuras del idioma por utilizarlo de vez en cuando (ya estaba en el Mío Cid, allá por el año 1200), sobre todo cuando aporta valor o evita confusiones. Aunque a veces puede resultar agotador, desdoblar no tiene por qué ser redundante. Y no lo es cuando es relevante la presencia de hombres y mujeres, de niños y niñas… o de “burgeses e burgesas por la finestra sone”, como en el famoso Cantar. Por ejemplo, en la frase “las madres y los padres tienen derecho a una baja parental de 16 semanas” es imprescindible.
Porque, aunque a veces nos intenten convencer de lo contrario, la jerarquización del masculino sobre el femenino no es algo “de toda la vida”, sino fruto de una decisión del S.XVIII en una Academia integrada exclusivamente por varones.
Es decir, el masculino supuestamente genérico (o “no marcado”) es una creación social y cultural sin base lingüística, ni siquiera la de la economía del lenguaje que argumentan quienes lo justifican. Se trata, entonces, de una imposición, una trampa en la que los hombres siempre están incluidos y se invisibiliza al resto. En realidad, tal vez deberíamos llamarlo, con más propiedad, masculino EXCLUYENTE.
Excluyente y, en muchas ocasiones, también confuso. Por ejemplo, en la frase “uno de cada tres españoles prefiere adquirir productos y servicios de empresas con propósito”, ¿a quiénes nos referimos? ¿a los españoles varones o a todas las personas españolas? Si es lo primero, ¿qué opinan las mujeres españolas? Si es lo segundo, ¿qué grado de preferencia tienen unos y otras?
Esa frase, u otras parecidas, podría aparecer en cualquiera de nuestras notas de prensa, en informes y estudios para difundir, en un artículo de prensa o en una pieza de radio o televisión. Si entre nuestros objetivos principales están la transparencia y la claridad, ¿por qué no evitar las dudas? Sería tan sencillo como escribir o decir que “un tercio de la población española elige comprar productos y servicios de empresas con propósito”. Ni más largo, ni redundante, sino claro y bien expresado.
Sin embargo, tanto en comunicación como en periodismo, nuestros textos, ponencias e intervenciones están plagadas de masculino falsamente genérico. El desdoble es una auténtica rareza, pero también son poco frecuentes otras fórmulas que enriquecen el contenido, permiten la inclusión de todas las personas y además dan visibilidad a colectivos e individualidades por género. Lanzo el reto de probar, al azar, a abrir un periódico por cualquier página, encender la televisión o la radio o buscar, de forma aleatoria, un comunicado en la sala de prensa de una organización, más allá de algunas instituciones u organismos públicos.
¿Que por qué ocurre esto? La respuesta no resulta evidente. Naturalmente, están los años de aprendizaje, desde la infancia de cada una y uno, en una forma concreta de expresarnos. Creo que también viene de la exposición de nuestro oficio y el temor a las críticas y los ataques, incluso a los insultos, si nos ponemos a ello. En algunos casos es probable que tenga que ver con la incomprensible carga ideológica del tema y que se refleja en las líneas editoriales de los medios, por ejemplo. Los libros de estilo, en general, tampoco ayudan.
Sin duda, también tiene peso el inmovilismo de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), dispuesta a incorporar al Diccionario anglicismos, neologismos y vulgarismos con el argumento del “uso”, pero absolutamente reacia a abordar la lengua que compartimos con perspectiva de género. Y sospecho que hay relación también con el hecho de que en la RAE solo 8 de sus 46 asientos están ocupados por mujeres y que, desde su fundación en 1713, la institución solo ha contado con 11 académicas.
Y qué decir de las profesiones, cargos y títulos. No dejamos de oír, por aquí y por allá, que la palabra presidenta no tiene sentido, porque ya existe presidente, “que abarca ambos géneros”. Sin embargo, está en el Diccionario desde nada menos que 1803. Porque la terminación –ente no supone que la palabra realice la acción del verbo. Quienes trabajan no son trabajantes, ¿verdad? También resulta llamativo que en profesiones y tareas consideradas menos prestigiosas no hay problema en decir que una mujer es dependienta, asistenta o sirvienta.
Llenemos nuestros textos e intervenciones de médicas, científicas, abogadas, escritoras y filósofas, y haremos evidente que hay expertas además de expertos. Y si contamos con ellas y las incluimos en nuestros eventos o como fuente de información en nuestros artículos, todavía mejor.
Porque invitar y promover el uso no sexista del lenguaje no es solo, ni mucho menos, una cuestión gramatical, sino de cumplimiento de leyes nacionales e internacionales en lo relativo al reconocimiento de la igualdad de derechos y oportunidades, algo que también debería ser inherente a nuestro trabajo. Es una forma de tener en cuenta dónde están todas y cada una de las personas, con sus respectivas peculiaridades. Una forma de tomar conciencia de qué nombramos, cuánto y cómo lo hacemos. Y de lo que no nombramos y por qué. No nombrar a la mitad de la sociedad perpetúa discriminaciones.
Tras 30 años de profesión, tengo por fin la fortuna de formar parte de una organización que promueve el uso no sexista del lenguaje. Nos queda mucho que desaprender y mucho camino por recorrer todavía, por supuesto. El legado de años de Historia y prejuicios tampoco nos es ajeno, pero trabajamos en ello y estamos en proceso de revisión de todos los documentos del banco, tanto externos como internos. Fomentamos el lenguaje inclusivo en género, como un compromiso, en todo lo que escribimos y decimos, incluso con un capítulo específico en nuestra guía de estilo. A veces no nos sale perfecto, es verdad, pero no cejamos en el empeño ni dejamos de intentarlo porque sabemos que es lo que tenemos que hacer y que esto también contribuye a construir la sociedad inclusiva y justa que se recoge en nuestra misión.
Ojalá estas líneas hayan resultado interesantes y, sobre todo, que se entienda bien lo que quiero decir. Si es así, doble objetivo cumplido, porque también he intentado que sea un pequeño ejercicio de uso no sexista del lenguaje en el que no solo no se pierda el mensaje ni se complique innecesariamente, sino en el que todas las personas que lo lean puedan sentirse incluidas e interpeladas. Y de eso va también nuestro trabajo.