Vivimos tiempos convulsos. Tiempos de Permacrisis. Nunca se ha percibido tanta incertidumbre como ahora. Estamos ante un momento histórico donde parece imposible poder realizar predicciones atinadas ante el proceso caótico que enfrenta el mundo desde la perspectiva geopolítica, económica y medioambiental. Enfrentamos una tormenta perfecta. Un cisne negro se plantó ante nosotros en forma de pandemia. ¿O quizá era, en realidad, un rinoceronte gris que desdeñamos? La guerra de Ucrania sí es a todas luces un rinoceronte gris perfectamente previsible como lo es el cambio climático. En fin, un zoológico de amenazas que espero no sea jamás completado por un Rey Dragón, concepto desarrollado por Didier Sornette, y cuyo ejemplo sería el meteorito que supuso la extinción de los dinosaurios.
El mundo enfrenta un momento de cambio de paradigma que obliga a tomar decisiones que entrañan alto riesgo. Estamos en una encrucijada en la que llegamos tarde para mitigar las consecuencias de nuestras acciones. De hecho, enfrentamos la «era de las consecuencias» un concepto acuñado por Winston Churchill a quien me permito citar aquí: «La era de la falta de decisión, las medias tintas, los paños calientes y los expedientes confusos está llegando a su fin. En su lugar estamos asistiendo a la era de las consecuencias». En este caso Churchill pensaba en las consecuencias que traería no haber sabido o querido contener las veleidades expansionistas de la Alemania nazi. Donde pone Alemania Nazi pongamos en su lugar, por ejemplo, cambio climático.
Como ya decía en 2013 Antonio Turiel en su blog The Oil Crash:¨En realidad, la frase de Churchill refleja un aspecto reaccionario profundo de la psique colectiva humana cuando tiene que hacer frente a retos comunes que implican ciertas renuncias, cierta incapacidad de volver al estado precedente, cierta necesidad de reaccionar y esforzarse. Y, como vemos, tal resorte psicológico es bastante atemporal.»
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¿Llegamos tarde?
Pero la Era de las Consecuencias en un momento de Permacrisis se ve acentuada por la necesidad de tomar decisiones urgentes en un momento en el que Sapiens se ve obligado a actuar casi a la desesperada. Ya llegamos tarde para impedir que la temperatura media del planeta supere los 1,5ºC. La prueba son los resultados de la COP27 que ponen de manifiesto que, salvo la UE, nadie parece tener voluntad de intentar frenar el calentamiento global. Como hace unos días afirmaba Ramón de Miguel, ex director de la Energía de la Comisión Europea en una jornada sobre seguridad energética organizada por INCIPE, «estamos en una situación de casi tormenta perfecta (…) seguimos con un fuerte consumo, con la guerra en Ucrania, una fuerte sequía, hemos casi eliminado las centrales de carbón y fuel y las instalaciones de renovables requieren 3 años de permisos para comenzar a operar«.
La situación es completamente imprevisible. Sin embargo, lo que parece claro es que las reducciones de CO27 en la UE serán una anécdota frente a una China que genera el 60% de su energía gracias al carbón y países en vías de desarrollo que no pueden, ni de lejos, abordar el coste económico que tendría invertir en renovables. Una factura mil millonaria sobre la que conviene reflexionar. De hecho, para Sonia Velázquez, subdirectora general de relaciones internaciones del Ministerio de Transportes, Mobilidad y Agenda Urbana «cabe preguntarse sobre los retos de sostenibilidad que acompañan a la propia industria renovable». Es obvio, su implantación y mantenimiento tiene un alto coste medioambiental y es una cuestión aún no resuelta.
Principio de Merton
Quiero hacer colación aquí a lo que ya decía al respecto en 2013 Antonio Turiel «…Como ven, pues, las consecuencias vienen no sólo de intentar mantener un sistema insostenible basado en un gran consumo de combustibles fósiles y otros materiales por otro sistema basado en energías renovables pero que usa sistemas de captación concebidos en la grandiosidad industrial actual y que, por tanto, también consumen gran cantidad de combustibles fósiles y otros materiales (hasta el punto de que se plantea la cuestión de si son en realidad meras extensiones de los combustibles fósiles).» Y añade Turiel «…nuestros gestores y planificadores parecen ignorar el principio de Merton de las consecuencias inesperadas, y no tiene presentes – a veces, ni siquiera conocen – las externalidades de nuestro sistema productivo actual ni tampoco las de los sistemas que proponemos como alternativa.»
La crisis energética, otra consecuencia más
Estamos, pues, ante una encrucijada existencial para nuestra supervivencia sobre el planeta que aún no tiene respuestas claras. Lo que es evidente, es que las consecuencias ya están aquí. La Era de las Consecuencias pone en este momento a la UE en su momento más crítico. Rusia emplea la crisis energética como parte de su arsenal de guerra hídrida. Las sanciones europeas no parecen hacer el daño esperado a las arcas rusas y a su planeamiento estratégico toda vez que el Gas Natural que no llegue a Europa lo comprarán los chinos.
Entretanto, la UE se afana en buscar soluciones y parece que según expertos como Adrian Lajous, miembro de la junta de gobierno del Oxford Institute for Energy Studies, tenemos gas garantizado en los depósitos de la Unión hasta marzo de 2023. Sin embargo, anticipa el experto que «la situación para el invierno 2023-24 puede ser catastrófica y todo apunta a una dificultad muy grande para llenar las reservas«. El problema es que el mundo no puede en este momento generar más gas natural porque no se han hecho las inversiones precisas para extraerlo ya que se desincentivaron las inversiones en pro de las renovables. Un claro ejemplo es el escaso número de plantas regasificadoras (salvo en España, que aislada por Europa, sí que apostó por los ciclos combinados).
La historia de las consecuencias
La Era de las Consecuencias no es un fenómeno único en la historia. De cuando en cuando nos retamos a nosotros mismos como especie. Lo que parece evidente es que la guerra de Ucrania (crisis energética + amenaza atómica) y el cambio climático nos obligan a tomar decisiones para mitigar un daño que sí o sí se va a producir. La pregunta es si estamos dispuestos todos a hacer los cambios precisos o seguiremos mirando para otro lado mientras nos precipitamos hacia el abismo.