Diversos medios de comunicación llevan desde el verano anunciando el desastre. La crisis. Después de la pandemia el mundo, dicen, está cerca de colapsar. El momento es sin duda propicio para exacerbar el miedo. La población mundial vive aterrorizada por las consecuencias de la COVID-19. La amenaza de Ómicron, los problemas en la cadena de suministros, la crisis energética, el precio de la luz, el conflicto con Biolorrusia y Ucrania, y una posible confrontación China en Taiwan, están todos los días en los telediarios.
Además, ya nos tocó hacer colas en los supermercados antes del confinamiento y también en enero con Filomena. Estos días, por cierto, en las farmacias a la búsqueda de test de antígenos. Los ciudadanos viven angustiados pensando en la crisis y los medios de comunicación, ávidos de audiencia (especialmente las televisiones y algunos digitales), contribuyen a incrementar la incertidumbre. No es de extrañar que las existencias de test, camping gas y linternas se haya agotado en muchas tiendas.
Muchos aseguran en redes sociales que las pregunta no es si el colapso ocurrirá, sino cuándo. Una suerte de efecto Casandra que, a fuerza de convocar la crisis y la desgracia, contribuye a que la sociedad viva atemorizada. En situaciones como esta sólo hace falta una pequeña fuente de ignición para que se produzca el caos.
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La pandemia no es un hecho aislado
Como dice Niall Ferguson en su último libro Desastre “muchos sucesos del tipo cisne negro (pandemias, terremotos, guerras, crisis financieras) están regidos por leyes de potencia, no por una distribución de probabilidades normal, que es la que nuestro cerebro comprende con mayor facilidad”.
Hay que añadir a esto que una catástrofe, como una pandemia, no es un hecho aislado del que nos podamos recuperar de forma rápida en cuanto estemos todos vacunados y llegue la inmunidad de grupo. A estas alturas ya nadie se cree esta narrativa. Vamos por la sexta ola, a punto de la tercera dosis, y Ómicron es ya la variante dominante en ciudades como Madrid. De las cenas de empresa ni hablo porque todo el mundo entró en pánico con esto y las cancelaciones se generalizaron en las grandes empresas. La crisis vuelve.
¿Qué soluciones hay?
Una catástrofe como una pandemia conduce irremediablemente a otros desastres en los planos políticos, económico y social y más en un mundo hiperconectado e hipervulnerable donde, en cuestión de segundos, los medios de comunicación y las redes sociales nos contagian con noticias que incrementan nuestros miedos de forma exponencial. A más interconexión, más miedo. A más infodemia, más desinformación y vulnerabilidad de la población, circunstancia que propician que los gobiernos de todo el mundo tomen decisiones políticas de restricción de derechos fundamentales impensables hace sólo dos años.
En un panorama de tamaña incertidumbre en el que epidemiólogos y vulcanólogos son los nuevos augures de la tragedia que vivimos, a lo políticos, en mi opinión, no les quedan más que dos soluciones para enfrentar la crisis:
- Procastrinar y no hacer nada a la espera de una evidencia científica concluyente con respecto a la amenaza que se sufre. Esto puede salir bien o mal. Pero si sale mal, sale muy mal.
- Actuar rápido, pero sin toda la información y suficiente evidencia científica. Puede ocurrir que con el tiempo se demuestre que estaba equivocado, pero nadie le acusará de estarse de brazos cruzados y siempre tendrá al augur (científico) para señalarle como responsable en la toma de decisiones.
Llegados a este punto algunos se plantearán que quizá era más inteligente anticipar escenarios de riesgo y prepararse en serio para mitigarlos y evitar la crisis. Todos sabemos que esto no ocurre. No hay más que fijarse en la gestión de la COVID-19. Nadie se preparó en serio para una futura pandemia.
¿Quién está al mando?
Esto ocurre porque, en general, como dice Niall Ferguson “un líder rara vez se verá recompensado por las acciones que emprenda para evitar un desastre (…) sí suele ocurrir que se le reproche lo doloroso que pueden llegar a ser los remedios profilácticos que haya aplicado”. De hecho, aún estamos esperando que el gobierno central desarrolle un plan ante un posible desabastecimiento o un apagón, como hábilmente ha hecho ver la presidenta de Madrid, al adelantarse preparando su propio plan.
Sin embargo, muchas veces el problema no está en la cúpula de los gobiernos, sino más abajo, en el nivel medio de la toma de decisiones. Porque al final, existe un abismo entre la agenda de los líderes y lo que les permiten hacer quienes de forma permanente gobiernan las administraciones, aquellos que retienen información clave y se limitan a tapar las ineficiencias del sistema sin resolver los problemas.
Así, como dice Ferguson “las catástrofes serían predecibles, pero existen un espectro de sesgos cognitivos que conspiran para que se emprendan las acciones preventivas necesarias”. Si la posibilidad de que una catástrofe pueda producirse parece muy extravagante, nadie se atreve a ponerle foco. Ocurrió con la pandemia y pasa con los apagones, la crisis de suministros y las tormentas solares, entre otros.
Los fusibles informativos
Llegados a este punto, si la hiperconectividad propicia la extensión de la incertidumbre y el pánico social, ¿Qué podemos hacer? Ya sabemos cómo se soluciona esto en un estado totalitario, pero en una democracia es más complejo. Necesitaríamos de una suerte de fusibles informativos capaces de reducir la conectividad en la red, especialmente en el Dark Social (WhastApp y Telegram), donde la desinformación, el miedo y la mentira viralizan a velocidad de vértigo. Pero es que además todas las teorías conspiranóicas que progresan en redes se ven impelidas por medios de comunicación polarizados que sacan tajada fomentando la incertidumbre.
La polarización informativa en trincheras es el combustible que alimenta el incendio y evita la solución consensuada y racional de los problemas.
Rinocerontes Grises, Cisnes Negros o Reyes Dragón
¿Qué será lo próximo? El panorama es sombrío y anticipar un Cisne Negro, por definición, es imposible. No sé si en unos años con la computación cuántica y la IA se logrará, pero ahora es inviable. De los Reyes Dragón (los sucesos casi inconcebibles) mejor no hablar, porque se salen de las leyes de la potencia y son también inabordables para nuestra mente. Pero los Rinocerontes Grises están ahí. Se dirigen hacia nosotros a la carrera y podemos anticipar su movimiento. Sólo es preciso liderazgo para apostar por políticas poco rentables en términos de votos, pero muy rentables en términos sociales y económicos.
Si queremos parar al próximo rinoceronte es urgente diseñar el cercado que lleve a su control. Es un cercado poco lucido. Construirlo es complejo cuando desde los medios, las redes y la polarización política, los espectadores enfervorecidos jalean al rinoceronte para que corra más rápido. Y es que, al fin y al cabo, lo importante es que continúe el espectáculo. La crisis como espectáculo.